lunes, 5 de octubre de 2009

¡Festival del humor! - II: Libertinaje, vicios y excesos veraniegos (con pelos y señales)

Siguiendo con el ciclo iniciado en el anterior post (léase mantener actualizado el blog sin tener que dejar de rascarme los cojones la barriga), he aquí el segundo de los post dedicados a recuperar del olvido los monólogos escritos cuando servidor aún tenía "cierta gracia" y no era un trabajador aburrido y amargado una persona tan ocupada como a día de hoy.

Por cierto, nótese que el orden de publicación no sigue (ni seguirá) patrón alguno =P



Libertinaje, vicios y excesos veraniegos (con pelos y señales)

(publicación original: 21/07/2005)


Por fin, tras días y días de interminable sufrimiento, llega el verano. Y esta vez llega a lo grande: sin responsabilidades para Septiembre. Consigue que te sientas rejuvenecido y feliz. Jovial y pizpireta como una Caperucita Roja adolescente. Ahora que tienes tanto tiempo libre por fin podrás realizar todas las actividades que tenías planeadas desde hace tanto. Así que no puedes esperar para ponerlas en práctica: corres a la nevera y coges esa coca-cola fría del fondo, y de ahí a toda velocidad al sofá delante de la tele. La enciendes y te das cuenta como sus influjos van haciendo mella en el subconsciente. La tensión desaparece y las neuronas van apagándose poco a poco. Ellas también se merecen sus vacaciones. Que conste que no es fácil una operación de este calibre de apijotamiento, pero 15 anuncios de “Abdominator 5000” (con garantía de calidad de Chuck Norris) y 6 apariciones de Yola Berrocal después, la tarea está más que superada. Sólo quedan funcionales las neuronas estrictamente necesarias para respirar, comer, beber y mear. Respecto a la función comunicativa, reservas las frases “suprema con champiñones. birra. “¡¡no hay papel!!” y “¡¡vaya jaca!!”. Con eso tienes más que superada la supervivencia estival, así que ¿para qué forzar?

Para cuando recobras (accidentalmente) el sentido ya han pasado varios días y descubres que podrías usar los lamparones de la camiseta como calendario de forma fiable. Es entonces cuando llega la gran revelación: un anuncio de maquinillas de afeitar. Ahí está ese tío que se levanta de la cama como recién peinado. Y sonríe feliz. ¿Como no va a sonreír?, si viendo la luz que entra por las cristaleras de su casa deben ser las 2 de mediodía… ¿Ese tío no trabaja? ¿Es broker de bolsa? El caso es que gracias a él descubres que para tener la casa de la Preysler no hace falta ser rico. Y que para levantarte a la hora que te salga de las narices no hace falta ser jefe. Que no tienes que usar diez litros de laca para levantarte peinado. Y aún es más, que ni siquiera tienes que salir a ligar para conseguir a tu lado a una mujer de infarto ansiosa de colmar tus deseos más libidinosos. Lo único que tienes que hacer es usar esas maquinillas, que ya te arreglan la vida. Y para colmo queda patente que el apurado del afeitado es la hostia sin duda alguna, porque al tío lo han vuelto barbilampiño. No tienes muy clara la veracidad de la publicidad, pero ver como la bella muchachita le hace carantoñas termina de animarte. Al fin y al cabo necesitas un afeitado antes de que las fuerzas especiales entren por la ventana del salón y te arresten por pertenencia a banda armada confundiéndote con Mohamed-Al Kahala-Ah, así que decides levantarte.

Tres intentos después lo logras. Las piernas te fallan pero la fuerza de voluntad y la persistencia ganan a los efectos secundarios del sillón. Antes de cerrar la puerta para salir a la calle se te escapa una lagrimita nostálgica cuando miras al sofá. No obstante supones que no te costará demasiado encontrar de nuevo la postura, más que nada porque ha quedado marcada como si fuera un molde de plastilina (“play-doh” que dicen ahora…). Si te hubieran asesinado a la policía forense no le habría hecho falta marcar el contorno con cinta adhesiva blanca. Las despedidas siempre son duras, y más tras tantos días juntos… así que sin más vuelves la mirada y cierras la puerta. Suspiras y sales a la aventura.

Cuando llegas al supermercado descubres que las cosas han cambiado mucho desde tu última visita. Sí, porque los de los supermercados son igual que las madres. Piensan que cambiando las cosas de sitio dan un soplo de aire fresco, un giro innovador al comercio. A mí lo que me parece es que donde antes estaba la mantequilla ahora están los tampones… y no se para otros, pero a mí no me sirven para conseguir un desayuno equilibrado. Desorientado optas por preguntar a alguna empleada de las que vagan por los pasillos sin labor aparente pero dos descargas de spray-antivioladores después decides que lo mejor será encontrarlas por ti mismo. Además termina por confirmar la teoría de que necesitas un afeitado urgentemente.

Minutos después, por fin te encuentras ante el stand de las maquinillas. Y entonces es cuando la indecisión se apodera de ti. Por un lado las bic siegaespinillas ultraplus, por otro las Wilkinson ordenadas en escala ascendente según el número de cuchillas (dos, tres, cuatro, cinco y así hasta veinte o treinta) y que si te descuidas de una pasada te vuelven metrosexual, y al fondo la Gillete Match Ultratembleque que va a pilas y sin necesidad de mover tú la mano ya te la menea (y la maquinilla también). En principio te rindes al tópico de que todas son iguales y optas porque lo mejor será llevar las más baratas, pero cuando ves que el hermano secreto de Freddy Krueger se te adelanta decides que quizá puedas optar a algo mejor. Así que coges unas Gillete de las normalitas y te marchas para casa antes de que la luz solar vaya a hacer mella en tu piel de forma irremediable.

Y en casa ocurre la segunda revelación. Debajo de esa apariencia de hermano peludo de Chewbacca se esconde una persona. Sientes la reconfortante sensación del aire acariciando la piel. El frescor de la brisa cantábrica azotando con suavidad la cara para aliviar el bochorno veraniego. Entonces es cuando tomas la decisión: no puedes desperdiciar así un verano tan estupendo desparramado sobre el sofá. Así que sin remolonear más decides que lo mejor será… desparramarte sobre la silla del ordenador, que a veces hay que variar…