Día lluvioso. Monotonía de lluvia tras los cristales, decía Antonio Machado. Y es la imagen que la mayoría de la gente se ha hecho de la lluvia. Compañera de días grises, de sentimientos desengañados y recuerdos que olvidar. Se ha ganado una fama que no se merece.
Me gusta la lluvia. El dulce repiquetear de las gotas cercanas, y ese inconfundible eco sordo que te envuelve. Las ondas en los charcos, los reflejos, la hierba mojada. Me hace compañía cuando camino solo. Cayendo tímida, caprichosa, como acariciándome. Y sí, probablemente triste, porque la rehuyen, la evitan, la condenan por cargos que no merece y la someten a la más cruel de las indiferencias. Se niegan a admitir sus virtudes y aceptarla tal como es. Sólo cuando os falte os daréis cuenta de vuestro error.
Mientras tanto seguiré disfrutando de su compañía. Personificándola como una figura frágil pero luchadora. Dulce, sensible y melancólica, pero tenaz y perseverante. Siempre sincera y mal interpretada. Y por mucho que se empeñen los literatos en convencernos de lo contrario, compañera perfecta de cualquier sentimiento.
Nada más que decir. Bueno sí, una cosa: dejad de empeñaros, no necesito un paraguas. =P
sábado, 19 de mayo de 2007
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1 comentario:
Yo también prefiero un día lluvioso, estéticamente hablando claro, y es verdad que cuando no está se echa de menos.
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