Me considero una persona sincera. Y con ello quiero decir que mis palabras son reflejo fiel de lo que siento y lo que pienso en cada momento. Esa es la razón por la que doy tanta importancia a las promesas. Una promesa es mucho más que un vínculo verbal. Cuando hacemos una promesa estamos adquiriendo el compromiso de cumplirla. Quien rompe una promesa no hace más que confirmar que sus palabras no secundan sus sentimientos, demostrando su falta de sinceridad.
Hay quien habla del poder de las palabras. Dicen que las palabras pueden reconfortarte o entristecerte, relajarte o enervarte, cautivarte o lastimarte. No lo creo. El único y verdadero poder que tienen las palabras es el de la persona de la que provienen. Y ese es un poder del que nosotros mismos las dotamos. Ni el más apasionado texto literario tendría influencia alguna si no personificásemos las ideas que representa.
Esa es la razón por la que debemos estudiar con cuidado a quien dotamos con ese poder. "Un gran poder conlleva una gran responsabilidad" decía el Tío Ben. Sin embargo, mucha gente usará ese poder de forma irresponsable, sin tener en cuenta las posibles consecuencias. También habrá quién lo haga a mala fé, tratando de conseguir un beneficio propio a sabiendas de su influencia. Incluso quien no sea consciente del poder que con ello se ha depositado en su persona. Son cosas que nos pasarán factura, y habrá sido sólo por culpa nuestra.
Por eso debemos no debemos conformarnos sólo con hermosas palabras, ya que éstas deberían estar siempre respaldadas por los hechos. Las palabras vacías, carentes de franqueza, nunca podrán sostener ninguna relación o vínculo real, ya que quien no apoye sus palabras con hechos, no está siendo honesto. Por eso os recomiendo que pongáis un poco más de vosotros mismos en vuestras palabras. O mejor aún si conseguís que sobren las palabras...
domingo, 13 de mayo de 2007
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